Cuando hablamos de refugiados

24.06.2020

Cuando hablamos de refugiados, sin importar la diferencia legal que existe entre solicitante de asilo y refugiado, nos ceñimos en relacionarles con el trauma, y a etiquetarles de diferentes maneras posicionándolos en el lugar de víctimas y deshumanizándolos. Está claro que no podemos obviar el sufrimiento real, más allá de la existencia del trauma, que las personas que se convierten en solicitantes de asilo tienen. Quiero destacar que se convierten, porque a menudo se nos olvida que, aparte de casos concretos como por ejemplo los palestinos, donde después de tantos años ser refugiados se ha convertido en una identidad, para todos los demás no es sino un concepto legal que no les define como personas. Este se ha extendido y difundido de tal manera que se pierde la denominación de afgano, mujer, doctor, hermano, y sólo somos capaces de verlos como "refugiados". Sin darnos cuenta, les separamos de todas las definiciones que habitualmente damos a la gente, les quitamos su nombre, y les reducimos a un único concepto.

Esto no sólo acarrea diferentes maneras de des-dignificación, sino que además no ve la gran diferencia que hay entre tener ya el estatus legal, o no tenerlo. Cuando nos referimos a los refugiados, en realidad nos solemos referir a los solicitantes de ese estatus, que todavía no tienen los mismos derechos que toda la población, el derecho a moverse con libertad, trabajar legalmente, escolarizar con normalidad a tus hijos, poder conseguir comida, y que en la mayoría de los casos, en particular aquí en Grecia, ni siquiera han llegado a su destino, sino que siguen en el proceso migratorio, aunque este haya sido truncado por las leyes europeas.

Es cierto que la mayoría de estas personas han experimentado diferentes sufrimientos y trastornos emocionales como son la exposición a la violencia, a las guerras, persecución, maltrato, duelo por pérdidas humanas y separaciones, amenazas de muerte, encarcelamiento, testimonio de asesinatos de familiares, amigos o vecinos, violencia sexual, abandono de las raíces de toda una vida, desestructuración familiar o social y pérdida de estructuras de apoyo y redes, falta de cobertura de necesidades básicas... todo ello sumado a la dureza experimentada en su ruta migratoria, que puede incluir abuso por parte de los traficantes, condiciones precarias, pérdidas de personas queridas, torturas, prostitución o violaciones, violencia policial, etc. Sin embargo, no es lo correcto ni victimizarlas, ni criminalizarlas, y lo difícil es conseguir entender por lo que han pasado sin utilizar esa imagen de víctimas para etiquetarlas.

Además, al perdernos en el término, olvidamos las múltiples diferencias en la historia de cada uno. Cuando hablamos de la gente de nuestro pueblo, o de nuestros amigos, somos perfectamente capaces de distinguir entre unos y otros, de atribuir cualidades específicas, actos, bondades y maldades a cada uno, como individuo y no como grupo. Una de las mayores atrocidades que se ha conseguido hacer, es que la gente piense que sólo hay una manera de ser refugiado, un país, y una historia. Se nos olvida a menudo que no son sólo sirios, sino también hondureños, kurdos, sudaneses, congoleños, ucranianos, afganos... y que todos ellos, independientemente del país e independientemente de la historia, tienen derecho a una vida digna, y no es ético, ni humano, ni debería ser político, negarla.

Si hay algo contra lo que debemos luchar, es cosificar los sufrimientos de las personas. Porque no sólo la madre que perdió a su hijo y a su marido cuando el bote volcó yendo de Turquía a Lesbos ha de ser acogida; sino también el chaval que salió con 14 años de Afganistán, aunque su dolor no sea tan visible, tan mediático. Dejemos de intentar probar que ha sido duro, de investigar con morbo en la herida, de justificar la llegada sólo de los que peor lo pasaron. Tampoco todos los republicanos que huyeron habían luchado en la guerra o perdido a la mitad de su familia, pero gracias a dios todos fueron arropados.

Al final, las leyes deberían protegernos, ayudarnos y facilitarnos la vida a todos. Cuando deja miles de familias en la calle, menores bajo camiones, muertos y más muertos en el mar, campos de refugiados en Europa, cuando rompe a las personas... es momento de replantearse la utilidad de esas leyes, de hacerse preguntas sobre a quién benefician y a quien desprotegen. 

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